Treinta años después de la patada de Cantona: fútbol, fascismo y los peligros de la banalización
- INCT Futebol
- 15 de jul.
- 5 min de leitura
Bastián Becerra Benítez (UV)
No texto abaixo, o autor reflete sobre o que a “voadora” desferida por Eric Cantona contra um torcedor do Crystal Palace, em 1995, ainda pode nos dizer sobre a luta antifascista no futebol.
![A “voadora” de Cantona foi um marco para o movimento antifascista no futebol. Imagem: Wikimedia Commons[1]](https://static.wixstatic.com/media/87bf92_e1582d1388d4408092ea6537dac2c982~mv2.jpeg/v1/fill/w_980,h_677,al_c,q_85,usm_0.66_1.00_0.01,enc_avif,quality_auto/87bf92_e1582d1388d4408092ea6537dac2c982~mv2.jpeg)
En enero de 1995, Eric Cantona interrumpió el orden. No fue con un pase filtrado ni con una jugada de lujo. Fue con una patada. Una patada con los dos pies por delante, dirigida no a un rival dentro del campo, sino a un hincha del Crystal Palace que lo insultaba desde la tribuna. Un hincha que no solo le gritaba, sino que lo cargaba con insultos racistas y xenófobos. Cantona, ya expulsado del partido, se giró, saltó la valla publicitaria y lo atacó. Esa patada le costó nueve meses de suspensión, una multa importante y un proceso mediático donde se le exigió pedir disculpas públicas. Lo hizo, aunque más tarde diría que lamentaba no haber golpeado al hincha más fuerte.
Treinta años después, ese acto de insurrección sigue generando análisis. No es fácil de catalogar, menos aún cuando el fútbol profesional se ha convertido en un espectáculo completamente reglado, donde toda expresión que se salga de los márgenes establecidos es castigada. Pero la patada de Cantona no fue una reacción sin sentido, como se apuraron en decir muchos medios. Fue un gesto que incomodó porque reveló algo más profundo: la normalización del odio, el racismo permitido desde las galerías, la impunidad de quienes agreden verbalmente desde el supuesto “derecho a la pasión”. En tiempos donde las derechas se expanden en múltiples frentes, con narrativas autoritarias que avanzan tanto en las instituciones como en los espacios cotidianos, volver sobre esa escena resulta necesario. No para glorificar la violencia física, sino para abrir una discusión sobre el tipo de violencia que el fútbol tolera o a veces incluso promueve. Y también, para pensar en las formas que tiene el antifascismo de expresarse en un campo de juego.
El fútbol siempre ha sido un espejo político. En dictaduras, se convirtió en arma de propaganda, y en democracia, no ha dejado de ser un dispositivo ideológico poderoso. Tanto la Italia fascista como la Alemania nazi lo usaron para proyectar una imagen de superioridad nacional, de disciplina colectiva, de cuerpo “puro” y fuerza racial. En América Latina, los estadios fueron utilizados como centros de detención, como el caso del Estadio Nacional o el estadio Playa Ancha de Valparaíso en Chile, el Monumental de River en Argentina durante el mundial de 1978, entre otros casos. No es casual: el fútbol moviliza multitudes, genera identidades, crea relatos que se graban en la memoria popular, instrumentalizarlo, siempre ha sido una tentación para el poder.
Pero, así como ha sido un espacio de control, también ha albergado resistencias. Desde jugadores que se negaron a dar el saludo nazi, a Pinochet o Piñera – en democracia –, hasta hinchadas que homenajearon a detenidos desaparecidos, pasando por clubes que en su origen fueron obreros, migrantes y disidentes. El fútbol popular, en sus expresiones más sinceras, ha sido muchas veces refugio y espacio de lucha. No en todos lados, claro. El fútbol no es intrínsecamente antifascista, pero puede serlo. Depende de quién lo habita, de cómo se lo vive, de los vínculos que genera y del sentido que se le imprime.

El gesto de Cantona, si se lo observa detenidamente, no fue solo una respuesta individual. Fue también una señal de que el orden institucionalizado, ese que normaliza el racismo y castiga la rebeldía, podía ser interrumpido. Y eso molesta. Porque el fútbol profesional, convertido en industria global, se ha esmerado en maquillar sus violencias estructurales con campañas de marketing, con lemas vacíos proyectados antes del pitazo inicial. “Say no to racism”, dicen los letreros de FIFA y UEFA, mientras jugadores racializados siguen recibiendo insultos semana tras semana. El orden de cosas sigue intacto. Se castiga más a quien reacciona que a quien provoca. Se penaliza el cuerpo rebelde, no la palabra odiosa. No se trata de idealizar a Cantona. Su trayectoria tiene claroscuros, como la de cualquier figura pública. Pero sí es posible detenerse en lo que su patada provocó: un cortocircuito. Porque cuando un jugador responde al insulto racista, deja de ser solo futbolista y se convierte en un sujeto político. Y eso incomoda. Al mercado, al periodismo deportivo más conservador, a las dirigencias que prefieren jugadores obedientes antes que pensantes. El fútbol profesional, hoy más que nunca, se cuida de las voces críticas. Por eso, las figuras que se pronuncian sobre Palestina, sobre violencia de género, sobre racismo o sobre el ascenso de la ultraderecha – como el caso de Mbappé en la pasada Eurocopa – reciben rápidamente una respuesta disciplinadora. “No te metas, juega nomás”.
En tiempos donde las redes sociales se han convertido en campo de batalla, el antifascismo también se reinventa. Ya no está solo en la barricada física o en la consigna del estadio: también circula en posteos, en campañas de memoria, en colectivos que organizan campeonatos populares, en clubes autogestionados que se reconocen como antirracistas, anti patriarcales, disidentes. Pero junto con esa expansión, también crece el peligro de la banalización. Hay cuentas en redes que se presentan como antifascistas, pero que reducen el gesto político a una estética o a una consigna descontextualizada. El antifascismo no es una moda, es una posición política que exige coherencia, memoria y vínculo con los territorios.
Hoy, la figura de Cantona es recordada por algunos como un ídolo romántico de ese fútbol retro, por otros como un personaje excéntrico. Pero su gesto sigue abierto. No por la patada en sí, sino por lo que evidenció: que, frente al odio estructural, la reacción puede ser cuerpo, puede ser interrupción, puede ser disidencia y en ese marco, preguntarse por el fútbol antifascista no es una nostalgia ni una utopía, sino una necesidad. Porque si el fútbol deja de ser espacio de crítica, si se transforma solo en consumo y espectáculo, entonces pierde su potencia transformadora.
Las experiencias de fútbol antifascista hoy son diversas. En Europa, clubes como el St. Pauli levantan esa bandera desde hace décadas, con una hinchada comprometida con luchas sociales, feministas y antirracistas. En América Latina, también hay ejemplos valiosos: equipos que nacen de tomas de terreno, campeonatos autogestionados donde juegan migrantes, mujeres y/o disidencias sexuales. Hinchadas que no toleran cánticos machistas ni xenófobos, que pintan murales con nombres de luchadoras y luchadores populares, que llevan al estadio la memoria de los que ya no están. No son gestos menores. Son formas de construir otro fútbol, uno donde la política no sea solo bandera de campaña, sino una práctica cotidiana.
Treinta años después de esa patada, la pregunta sigue vigente: ¿qué hacemos frente al odio? ¿Cómo habitamos el fútbol sin reproducir las lógicas del poder que queremos combatir? ¿Cómo construimos espacios que sean verdaderamente populares, abiertos y seguros para todas, todes y todos? No existe una sola respuesta, pero sí hay una certeza: el antifascismo en el fútbol no se declama, se practica y se construye en la cancha, en la galería y en la memoria.
Que la patada de Cantona no quede como anécdota. Que nos recuerde que hay momentos donde callar es ser cómplice, que nos enseñe que incluso en la cancha, la historia puede cambiar de rumbo con un gesto, con un cuerpo que se niegue a obedecer.
Sobre o autor
Bastián Becerra Benítez é sociólogo pela Universidad de Valparaíso (UV). É presidente e pesquisador da Corporación de Estudios Sociológicos del Fútbol (Chile). Também é torcedor e sócio da Corporación Santiago Wanderers.
Se você acha as discussões sobre a “voadora” de Eric Cantona interessantes, poderá gostar também do nosso texto: Eric Cantona, Vélez Sarsfield e a luta antifascista no futebol argentino. [1] Web Summit. CC BY 2.0.
Como citar
BECERRA BENÍTEZ, Bastián. Treinta años después de la patada de Cantona: fútbol, fascismo y los peligros de la banalización. Bate-pronto, INCTFUTEBOL, Florianópolis, v. 2, n.23, 2025.
Treinta anos depois da patada de Cantona: futebol, fascismo e os perigos da banalização © 2025 por Bastián Becerra Benítez está licenciado sob CC BY-NC 4.0




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